Tuesday, May 3, 2016

ENTRE LAS RUINAS Y LAS RUNAS

La compleja relación entre la ruina material y moral puede tener significado cuando al tratarse de la primera, se exhibe con orgullo lo que del pasado se logra rescatar y validar; pero convertir las ruinas morales en morada de un presente oculto e impresentable es un bochorno. Eso, se llama decadencia.

Nadie mejor que Antonio José Ponte, ha descrito esa relación en sus historias (Un Arte de Hacer Ruinas y otros cuentos), basadas en la caracterización de la decadencia, cuya magnitud define en el plano de la dimensión histórica e ineludible; una dimensión atemporal cifrada por el efecto de la descomposición -moral- de todos los imperios.

He ahí, la distinción que escapa a la visión del turista en un caso como el de Cuba. El ente heterodoxo que observa y juzga, arriba a conclusiones y determina su propósito a partir de muestras aleatorias de la verdadera realidad, nunca es una buena referencia y, su única ventaja, los réditos que puede producir. Su curiosidad se engarza en una relación binaria y desproporcionada: paga mucho, por saber muy poco y, dentro de la oferta, el ciclo se convierte en una relación incestuosa en la que se hace vulnerable y fácil víctima del engaño; no de quien lo aborda y le asedia, más bien de quien le vende imágenes amplificadas entre las que permanecerá encerrado en una especie de invisible cerco. Para tales situaciones, no suelen haber excepciones y, regularmente el tiempo disponible, tampoco contribuye.

Cuando se aborda el problema, la razón no estriba en cancelar el fin (cruceros o viajes de placer por cualquier vía) porque es lo más común; lo difícil está en lo que las apariencias ocultan y que en el caso que nos ocupa es demasiado y, está relacionado con el carácter prioritario que se da al tratamiento alienante y demagógico del tema en que el fin, justifica los medios. Puede parecer exagerado, aunque válido; el turista que arriba a Pyongyang se tropieza con el ordenamiento absoluto exhibido entre una pulcritud exagerada que motiva dudas y no es otra cosa que el fraude del colectivismo impuesto desde arriba. ¿Y qué de las estepas desoladas y heladas, escenario de hambrunas colectivas y de una crasa pobreza al interior? En la disparidad que entraña la respuesta, está signada la desmoralización, también normada “desde arriba” y virtualmente infranqueable.

Salvando las distancias, sucede lo mismo en otro ambiente –más atractivo, sobre todo en lo folclórico- en que los turistas establecen su comunicación con el medio a través de la curiosidad que motiva en ellos la visión –actual- del pasado representado en imágenes que le son ajenas y, junto a las dosis de caras y tentadoras ofertas, se olvida de las realidades. Realidad y  fantasía, son términos excluyentes y en medio de la distracción, es preferible enajenar la realidad. He aquí, que el precepto de moral social se diluye culposamente entre fortalezas y palacetes –preservados-, espectáculos nocturnos fastuosos y escenarios históricos; pretendida escenografía de la “historia revolucionaria” El turista, va al cepo por propia voluntad, cree que ha conocido la verdad y se vuelve su vocero, pero; ¿sabe realmente que es víctima de la superficialidad, o prefiere engañarse a sí mismo? 

Mientras todo lo que ve –lo que le muestran- es la negación de lo escuchado en otros ambientes y en medio de eso que llaman “la Cuba profunda”, la situación es otra; porque la Cuba profunda no se exhibe en vitrinas y de haberse conocido, forma parte de una campaña malintencionada y orquestada por “enemigos” que "denigran" su historia y sus raíces, pero a cuyas huestes se suman, por razones similares, y cada vez en mayores cantidades los que protagonizan el éxodo, habitantes de un contexto fuera del alcance de la percepción no prevista en la verdadera y profunda realidad de un país ideológicamente, minuciosamente cuadriculado, en que lo cierto tiene menos valor que la mentira oficial.

Ofensivo me parece hablar de una muestra de la “cultura cubana”; sobre todo, si como es el caso; se le reduce a los acápites convenientes de una historia contada por los que se sienten vencedores y donde el final siempre es el mismo: el libreto chauvinista y amañado en que los protagonistas siempre son “los buenos” y “malos” quienes se les oponen, incluidos los que se esconden y malviven, entre las ruinas lacerantes de su propia humanidad; esa que Ponte bien describe como el arte de la decadencia.

Entretanto, una y otra vez, se esparcen las runas sobre el tablero, aunque no dicen mucho; pareciera que usarlas para lograr conjuros a futuro, no es ciertamente su función y, entre ruinas y runas, la gente, devorada por el tiempo, trata de supervivir.


  

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